Lo Que Perdemos al Dejar Que Otros Cocinen Por Nosotros
¿Realmente vale la pena gastar tanto en comida afuera?
Recuerdo muy bien lo hermoso que era salir con mi novia, quien más adelante sería mi esposa, a un centro comercial para comer juntos cada domingo. En ese entonces, yo apenas comenzaba mi vida laboral, y aquellas salidas eran mi recompensa al esfuerzo de la semana. No tenía hijos ni tantas responsabilidades como ahora.
Con el tiempo, formamos una familia y aquellas salidas empezaron a sentirse diferentes. Además del costo, mi esposa insistía en que no era lo mejor para la salud de los niños. Así que, hace un tiempo, decidimos cambiar nuestra rutina: ahora yo me encargo de preparar una comida especial para la familia cada domingo.
Cocinar con dedicación y amor para mi familia se convirtió en una experiencia maravillosa, mucho más allá del ahorro o la alimentación saludable. Desde el principio, quise tomar en cuenta los gustos de cada uno: qué ingredientes preferían, qué tipo de comida les hacía más felices.
Al principio, me sentía torpe en la cocina: derramaba ingredientes, calculaba mal las porciones y me agobiaba con los utensilios. Pero poco a poco fui mejorando, hasta que la cocina dejó de ser un desafío y se convirtió en una rutina placentera.
Mientras todo esto sucedía, no pude evitar recordar cómo era salir y pagar para que alguien más preparara nuestra comida. No desmerezco el trabajo de quienes laboran en un restaurante, ni juzgo a quienes disfrutan de salir a comer. Pero me di cuenta de que, en realidad, no disfrutaba esos planes. A veces me estresaba manejando y buscando parqueo, solo para llegar y encontrarme con una fila interminable. Además, rara vez no me incomodaba ver los precios del menú y, al final, elegía sin pensarlo mucho para no arruinar la experiencia.
Todo esto desapareció cuando decidimos preparar nuestros propios alimentos en casa. Aunque puede generar algo de incomodidad, me parece mucho más tolerable y placentero que quedarme sentado en una mesa mirando Facebook.
Algo inesperado sucedió con el tiempo: mis hijos fueron creciendo y comenzaron a acercarse a la cocina con ganas de ayudar. Al principio fue mi hija mayor, y ahora, con 4 años, su hermanito ya está lo suficientemente grande como para ser un voluntario activo en la cocina. Fue en ese momento cuando descubrí un valor mucho más grande en esta rutina que, a simple vista, parecía simple. Encontré una forma de conectar más con mis hijos y de poner en práctica algo que muchas veces escuchamos, pero no sabemos cómo llevar a cabo.
“Aprovechar al máximo los momentos con los nuestros.”
Cocinar en casa dejó de ser solo una forma de ahorrar o comer más saludable; se convirtió en un espacio de conexión con mi familia. Lo que antes era una simple rutina ahora es un momento valioso donde compartimos, aprendemos y creamos recuerdos juntos. Más que el sabor de la comida, disfruto el proceso y la compañía, porque al final, lo que realmente importa no es dónde comemos, sino con quién lo hacemos.